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IN MEMORIAM

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mayo  3, 2024

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Mario Francisco VALLS. El maestro infatigable

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Mario Francisco VALLS. El maestro infatigable

 

Por Marco Andrés Quelas

 

No por casualidad Mario Valls vino al mundo el Día del Trabajo.

Nació en una esquina de San Telmo cuando Buenos Aires era una ciudad de inmigrantes a la vera del río y los almacenes y las quintas con verjas no eran infrecuentes por los arrabales del norte. Hijo de Mario y Micaela, vivió la mayor parte de su infancia junto a María Elena, su hermana menor, en Caballito, antes de que la ciudad estrenara su obelisco. Su padre le insistía siempre que fuera honesto y estudioso, mientras que su madre lo espoleaba para que aprovechara las oportunidades de la vida: a los ocho años puso a Mario a estudiar inglés para comprobar, cuatro años más tarde, que su hijo, obediente, recitaba a Shakespeare de memoria. 

Desde chico, Mario tuvo una versión de la historia argentina de boca de su padre, periodista del diario La Nación. En la adolescencia le gustaba ir al mar o al río y cuando volvía de esas excursiones, se sentaba a leer. Solía entretenerse con textos literarios y cuando la ficción lo aburría devoraba los infinitos libros de historia que poblaban la biblioteca paterna. 

Por entonces era un joven inquieto que concurría al Colegio Nacional Bernardino Rivadavia, en San Cristóbal, donde discutía con pasión con sus profesores de historia. A veces, Mario los corregía, lo que le hizo ganar algunas antipatías y le causó más de un dolor de cabeza. 

Tenía una insaciable curiosidad por el pasado, pero a la hora de elegir se dio cuenta que con aquello sería difícil vivir y en cambio se decidió por el Derecho, una carrera con un horizonte más promisorio que encauzaría su vocación por la historia y las instituciones democráticas. No se equivocaba. Sin embargo, más de una vez, sus ideales chocarían con la realidad. A fines del secundario formó parte de la Liga de Estudiantes Democráticos y luego de un homenaje a Sáenz Peña durante el gobierno de Perón-Farrell tuvo una breve incursión en la cárcel.

En la Facultad, él y su grupo devoraban con fruición el “Nuevo Derecho” de Alfredo Palacios e invitaban al autor al Centro de Estudiantes. Allí, escuchaban con fervor y admiración a ese hombre que había sido decano en el 30. Desde esa época, Mario alimentaba su vocación por la docencia y a los veintiún años ya era ayudante alumno en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Como le gustaban los temas relacionados con el campo se inclinó por el Derecho Rural y en 1951, antes de recibirse de abogado, escribió junto con Carlos Spinedi “Derecho Agrario”, su primer libro. El Spinedi-Valls sería el libro de consulta obligado de las siguientes generaciones de estudiantes. Además de sus dotes de escritor, Mario tenía marcadas convicciones políticas y en ese entonces militaba activamente en el Centro de Estudiantes de Derecho y Ciencias Sociales.

En 1952 descubre una salina en Carmen de Patagones, la que explotará durante los años siguientes, primero delegando su administración y luego haciéndose cargo personalmente.

En 1953 obtiene su primer trabajo como abogado de gerencia en el Instituto Argentino para la Promoción y el Intercambio. Este organismo monopolizaba el comercio nacional y controlaba la exportación de todo tipo de mercancías, desde telas y café hasta bananas.

Para la misma época conoce a la que sería su mujer, Florencia Godoy, y el 26 de marzo de 1954 se casa en la discreta y elegante capilla de San Martín de Tours, en Palermo.

En 1957 fue nombrado profesor de Derecho Agrario y Minero en la Universidad Nacional de La Plata. Ese mismo año lo envían a Santa Cruz para organizar la Dirección de Minas y Energía de esa provincia, Tierra del Fuego y la Antártida. De allí pasa un breve tiempo en Neuquén y luego en La Pampa, donde funda la Universidad y es nombrado Decano de la Facultad de Ciencias Económicas. Desempeña el cargo durante dos breves meses hasta que, en 1958, lo nombran Rector de la Universidad. Sin embargo, Mario demoró la asunción a su cargo para estar en Buenos Aires para el nacimiento de Claudia, su primera hija. Dos años más tarde haría lo mismo para el nacimiento de su segunda hija, Eugenia.

Hacia 1961-62 entró al Consejo Federal de Inversiones. Su tarea fue organizar las autoridades mineras y agrarias de todo el país. 

Recomendado por Guillermo Cano, en 1964 empieza a trabajar en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) como Asesor Regional para América Latina, y también obtiene becas del CONICET para estudiar en Europa. Recordando las palabras de su madre, Mario no duda en aprovechar esta oportunidad y viaja con su mujer y sus dos hijas rumbo a Francia e Italia. Apenas llega adquiere un Fiat 600 y se instala en Sicilia y más tarde en París, donde investiga temas relacionados con la minería. La minería en esos países tenía los días contados y Mario aconseja a franceses e italianos que lo mejor es importar los minerales que necesitan.

Aunque el dinero alcanzaba sólo para lo necesario, los meses en Europa fueron felices. Viajaban tanto que Eugenia, por entonces la menor de sus hijas, muchas veces le pedía a Mario que detuviera el coche. Con las niñas pequeñas no faltaban accidentes dentro del auto, como el derrame de yogur antes de entrar a París o la mañana en que Eugenia, cerca de Nápoles, puso en marcha el motor y su madre debió hacer una maniobra acrobática para impedir que se despeñaran por un precipicio.

En Italia alquilaban una casa en Mondelo Paese, un pueblito de pescadores donde comían pulpo, erizos de mar, mejillones y pescados frescos. Allí, Mario tuvo la oportunidad de visitar todas las minas de Sicilia y las de muchas otras partes de la península itálica.

De 1966 a 1973 se instaló en Santiago de Chile para continuar trabajando en la CEPAL, salvo por un breve período en 1969 -en el que nace su tercera y última hija, Mariana- cuando la familia viaja a Buenos Aires, ya que Florencia deseaba dar a luz en suelo argentino.

Previo al desembarco en Chile estuvo a punto de irse a trabajar a Cuba, pero ese traslado nunca se concretó porque el “Che” Guevara -que tenía que autorizar sus papeles- no pudo hacerlo porque estaba en África.

En ese entonces la CEPAL suprime el sector de Recursos Naturales y a Mario le ofrecen un alto cargo en el continente africano. Su tarea consistía en hacer, desde Addis Abeba y para África, el mismo trabajo que había hecho en América Latina. Aunque era tentadora, después de consultarlo con su mujer, Mario decidió declinar la oferta. A cambio, aceptó un cargo en Buenos Aires como Asesor de la Comisión Mixta de Salto Grande, en el que estuvo pocos meses. Enseguida lo nombraron a cargo de la Dirección Nacional de Coordinación Hídrica, un organismo cuya función era coordinar los asuntos de aguas entre provincias y con países extranjeros. Allí se quedó hasta 1983 cuando renuncia y se dedica a explotar sal.

Entretanto, su pasión por el trabajo no mermaba y dedicaba su energía a sus clases y alumnos de la Facultad de Derecho.

Entre fines del 79 y principios del 80 Mario pasó en Roma cuatro meses desempeñando tareas para la FAO, pero luego de evaluar la situación decidió regresar a Buenos Aires, donde lo esperaban dos empleos y una salina en funcionamiento.

A fines de la década del 70, cansado de las malas administraciones que había tenido la salina que explotaba, decidió ponerse él mismo al frente, acompañado por su familia. La mina estaba en Cardenal Cagliero (Carmen de Patagones) desde donde despachaba la sal en trenes de carga, hasta el barrio de Caballito. Mario vendía sal a granel, a empresas alimenticias y curtiembres. Sin embargo, el trabajo podía ser peligroso. Hacia 1977 vivía en una pensión con su mujer y sus hijas y solía ir armado. Los peones eran gente de cuidado; muchos llevaban cuchillos y la mayoría se daban a la bebida. Una tarde, uno de ellos quiso degollar al capataz y lo hubiera hecho de no mediar Mario, que luego de una tensa conversación logró convencer al hombre de que soltara el arma. Si bien el trabajo en las salinas era rentable, no era adecuado para su familia. Debido a ello, en 1986, Mario decide vender la mina.

A partir de allí, prosigue su actividad académica en la Facultad y publica numerosos artículos en diferentes revistas, como lo había hecho anteriormente en las muy valoradas colecciones de la CEPAL. También la FAO lo contrata para poner en orden la legislación de aguas en América del Sur, trabajo del que surge un documento traducido a varios idiomas. Durante la década del ‘80 publica su primer manual, un texto consultado por generaciones de estudiantes de Derecho. En esa década es nombrado como profesor de Ecología en la Universidad de Belgrano y se desempeña en numerosas Universidades como la Kennedy, La Matanza, El Salvador y la Universidad Católica, sin descuidar a los alumnos de su amada Universidad de Buenos Aires.

Para 1990 Mario es presidente de la Comisión Redactora del Código de Aguas de la provincia de Buenos Aires. Para redactar esa norma se basó en el modelo del 36 de Alberto Spota, un texto elaborado por los mejores juristas de la época, que nunca se aprobó. También utilizó como modelo un proyecto previo que había elaborado para Tierra del Fuego y el Código de Aguas de Uruguay, que en la década del 70 él mismo había ideado y redactado. 

Sin embargo, la vida le daría un duro golpe. Una tarde de 1993 su mujer muere en un accidente de tránsito. Y él, con tristeza y dolor se dedica a dar clases a tiempo completo.

Trabajó en la Legislatura de La Plata hasta pasado el año 2000, en temas de medio ambiente y recursos naturales y durante sus años de retiro se dedicó a dar clases y consultorías.

En 2002 se casa con Magdalena Vionnet.

Para el año 2007 la Universidad del Museo Social Argentino lo convoca para instaurar un programa de ética ambiental en la Maestría en Bioética y poco después hacerse cargo del Área de Ambiente en el Doctorado en Ciencias Sociales; en ambos casos los planes aprueban -con honores- la evaluación de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria. Hoy, esos posgrados son elegidos por cientos de alumnos del continente sudamericano.

Su tarea docente fue infatigable. Son incontables los alumnos que utilizaron sus textos. Algunos, indispensables, como el “Derecho de la Energía”, publicado en la década del 70 o el “Régimen Jurídico de los Recursos Naturales”, publicado en la década siguiente. Hizo también un tomo de “Jurisprudencia Ambiental”, donde comentaba fallos ambientales. Una actividad similar realizó durante casi 20 años dirigiendo “El Dial” prestigioso suplemento ambiental que hoy dirige su hija mayor, la Dra. Claudia Valls, experta en derecho del ambiente.

Mario Valls fue uno de los fundadores del Derecho Ambiental Argentino. Desde sus inicios se destacó por su tenacidad y una férrea voluntad para ir detrás de sus objetivos. Vivió sus últimos años en el barrio de Palermo desde donde podía ver el bosque, que tanto le gustaba, desde su balcón. Era un hombre sencillo que amaba la música clásica (sobre todo, Beethoven), el tango y el folklore y que mantenía su pasión leyendo y releyendo libros de historia argentina, americana y europea. Cuando no estaba estudiando realizaba largas caminatas por las calles de su barrio y a veces solía ir a nadar. Este hombre, pionero en su materia, confesó alguna vez que le hubiera gustado redactar un Código Ambiental para la Argentina y que de no haber sido abogado le hubiera gustado dedicarse al campo. Y siempre, siempre, decía que le gustaría volver a Mar del Plata.

Si le preguntaban por qué debemos cuidar el ambiente respondía que hay que cuidar la propia casa, y mientras citaba Laudato si, del Papa Francisco, encomendaba a las nuevas generaciones la tarea de lograr que el esfuerzo de trabajar por el ambiente fuera reconocido y valorado. 

Para Mario el mayor orgullo era su familia y amigos. 

A lo largo de los años conoció alegrías y sinsabores, buenos momentos y de los otros. Pero era generoso: sabía reconocerle a la vida las sorpresas que le había dado. Porque, como solía repetir con plácida sabiduría: “si bien conozco la puñalada trapera, también conozco la ayuda inesperada”. 

Mario Francisco Valls, una vida, una vocación y un legado que perdurará más allá del tiempo, del azar y del olvido.  

 

Citar: elDial.com - CC6D4D

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